14 kilómetros. 14 kilómetros entre la vida y la muerte. 14 kilómetros para poder volver a soñar. 14 kilómetros en los que el miedo y la esperanza se unen. 14 kilómetros en un pasaje en patera al primer mundo. 14 kilómetros entre Europa y África por el estrecho de Gibraltar.
Inmigrantes ilegales les llaman. Sí, querer tener los mismos derechos que tú o que yo constituye un delito. Pero a miles de personas que intentan huir de la miseria y la hambruna, la mayoría de veces engañados por traficantes de vidas, no les importa cómo les llamemos sino llevarse algo a la boca y tener una oportunidad.
Más de 8 millones de africanos corren ahora mismo riesgo severo de morir desnutridos y ellos no quieren, no pueden tirar la toalla. Soñar es gratis.
A esos miles de hombres y mujeres que ven Europa como un paraíso, les da igual la cola interminable del paro, la corrupción de nuestros gobernantes o el último fichaje del Barcelona o Real Madrid. Lo único que quieren es vivir. Y ya les da igual todo. Se juegan su futuro a una sola carta.
Pero ese futuro tiene un precio. Un precio elevado. El traficante pide por cada billete al nuevo mundo entre 600 y 3.500 euros.
225 personas ya han fallecido o desaparecido en lo que va de año intentando llegar a Europa. Mientras en ese estrecho dos países se tiran los trastos a la cabeza hay algunos que claman al cielo por una vida digna.
Pero claro, si eres africano no puedes esperar nada de nadie. Abdou o Mohamed esperarán sentados, mientras nosotros con suerte veremos la noticia sobre su muerte y quizás nos lamentemos. Si eres un subsahariano que consigue entrar en España y buscar trabajo no podrás. No podrás porque eres ilegal. No podrás porque tú y yo somos ciudadanos de primera y ellos de segunda. Tampoco podrás recibir asistencia sanitaria porque el déficit tiene que ser cumplido y hay que eliminar gastos superfluos.
Mientras este drama humano sigue pasando, Europa continúa levantado muros. Un muro que acabará siendo derrumbado porque a ningún ser humano se le puede negar la dignidad. Como dice la escritora Rosa Montero: "es como intentar contener el agua del mar entre las manos."